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martes, 3 de mayo de 2011

TRATANDO DE SER UN PAIS

LA ARGENTINA: ¿UN PAÍS REAL O UN SIMULACRO DE PAÍS?

Publicado el 02/05/2011
Por Sergio Palacios
Tomé contacto con la obra de Jean Baudrillar (1929-2007), al leer el libro de Rodolfo Terragno "La Simulación", (2005). En el capítulo cinco narra su experiencia personal con el filósofo francés en un encuentro académico en Venecia. Cuenta que, luego de las conferencias conversaron en el almuerzo y ante una defensa que intentara de “la política", Baudrillar le contestó "que el oficio del político es seducir; esto es, abolir la realidad para sustituirla por la ilusión", agregando que “la política ha sido sustituida por la transpolítica, que no articula intereses sociales sino que se limita a dirimir conflictos entre políticos”.
Desde ese instante, fui “seducido” por un concepto que es clave en la filosofía de Baudrillard, el de "simulación", y me lancé al intento de comprender algunas de sus obras donde aborda esa idea. Pero la principal sensación que se apoderó de mi mente fue la inevitable asimilación del concepto de simulación con la vida de los argentinos.
Abordemos las mismísimas definiciones de Baudrillard que en "Cultura y simulacro" (1977) al referirse a "la era de la simulación", expresa que: "no se trata ya de imitación ni de reiteración, incluso ni de parodia, sino de una suplantación de lo real por los signos de lo real, es decir, de una operación de disuasión de todo proceso real por su doble operativo, máquina de índole reproductiva, programática, impecable, que ofrece todos los signos de lo real y, en cortocircuito, todas sus peripecias... Disimular es fingir no tener lo que se tiene. Simular es fingir tener lo que no se tiene. Lo uno remite a una presencia, lo otro a una ausencia. Pero la cuestión es más complicada, puesto que simular no es fingir: Aquel que finge una enfermedad puede sencillamente meterse en cama y hacer creer que está enfermo. Aquel que simula una enfermedad aparenta tener algunos síntomas de ella. Así, pues, fingir, o disimular, dejan intacto el principio de realidad: hay una realidad clara, solo que enmascarada. Por su parte la simulación vuelve a cuestionar la diferencia de lo verdadero y de lo falso, de lo real y de lo imaginario”.
Luego de estas citas resulta inevitable establecer una relación con nuestras vidas como sociedad, como comunidad que pertenece a un país, nuestro país, la Argentina.
¿Vivimos los argentinos en una democracia real; o es una falsa idea de la democracia o un imaginario de ésta?
¿Somos efectivamente un país con un Estado federal; o vivimos bajo la égida de un simulacro de federalismo?
La dirigencia política y social que en un sistema de representación accede al poder conduciendo las distintas instituciones, ¿ofrece al pueblo un programa que tienda a crear un modelo de bienestar que garantice el efectivo goce de las libertades, el progreso económico y la vigencia de los derechos humanos, con participación efectiva y creciente de los ciudadanos?; o, ¿sólo se limita a construir un proyecto de Poder corporativo –cuando no personal- que instale un simulacro de democracia con los signos de progreso asimilables o imitados?.
La simulación, sería una realización tanto consciente como inconsciente, generadora de una maquinaria que automatizada funcionaría independientemente de sus ocasionales conductores. La puja por el Poder tendría como objetivo conducir esa maquinaria y beneficiarse de ello. Esto alcanza a todas las instituciones: gobernantes, legisladores, jueces, partidos políticos, sindicatos, otras organizaciones sociales (los clubes de fútbol serían un ejemplo burdo pero extremo de cómo asociaciones sin fines de lucro disputan poder con barra bravas y violencia, ¿es la pasión, ideales o principios superiores lo que los guían?).
Desde 1989 la dirigencia política argentina en forma ininterrumpida, insisto, –consciente o inconscientemente- ha tenido como actividad la “suplantación de lo real por los signos de lo real”. Esta lógica, fundada por quien debería ser reconocido como uno de los presidentes más influyentes en la historia argentina, Carlos Saúl Menem, sigue su marcha como una línea recta que nadie ha intentado o podido torcer hasta hoy. Es más, parte de la “simulación” es decir o mostrarse distinto, aún utilizando “signos de lo que sería distinto sin serlo”.
Hasta entonces, los políticos argentinos –sin distinción ideológica- y con todas las dolorosas alternativas que la historia registra desde 1853, trabajaron por “construir un país democrático con desarrollo económico”. Aún contemplando la impronta autoritaria del Peronismo y los conflictos que generaba, desde visiones económicas diversas –equivocadas o acertadas- se intentaba construir un “país real”. Pero a partir de Menem todos giran en torno a la lógica política por él fundada: “para lograr el poder basta con establecer los signos de los real”. De este modo se habría inaugurado la “era de la simulación” en nuestro país.
Desde ese momento, la Argentina abandonó la búsqueda de un modelo de desarrollo económico, para conformarse con los signos y así sustituir la realidad. La simulación de desarrollo económico fue de lo obvio (convertibilidad del Dólar) a lo sutil (paulatino desmantelamiento de la movilidad social como acción y valor reconocidos, entre otras). Pero lo más importante, fue que la atracción de la simulación tuvo suficiente fuerza para seducir.
El simulacro encierra a dos sectores, los que estimulan y se benefician de la simulación, y el resto. Este último, el pueblo, fue seducido y atrapado. Pero, hablando del todo, de la sociedad, de la Nación como identidad colectiva, solo registra pérdida y un fatídico destino de desintegración.
La única forma de evitar la desintegración social es emprender una operación inversa que consista en “sustituir la simulación por la construcción de lo real”, respecto a: una democracia participativa; un Estado federal; un modelo de desarrollo económico con inclusión social.
Estos tres aspectos de la construcción de lo real -no de los signos-, incluyen a su vez otros en los que se desagregan:
1) Una democracia participativa que alcance a todas las instituciones políticas, sociales y económicas. Una democracia sobre la base del respeto efectivo a los principios sobre los que se cimienta el sistema democrático y republicano: libre elección; independencia de Poderes; alternancia en el ejercicio del poder; control jurídico-institucional para evitar los desvíos del poder; garantías a los derechos de las minorías; libertad de pensamiento, de asociación; armonía entre los intereses individuales y el general. Una democracia “fuerte” bajo el concepto que da el politólogo estadounidense Benjamin Barber (1984): “que restaura el valor político de la comunidad, que reestablece todas las estructuras políticas, que repone al ciudadano en sus deberes y en sus derechos, que rescata al ser humano de la dependencia psicológica y el aislamiento de los individuos privados y que antepone a los intereses privados y dependientes de cada uno, la satisfacción de los bienes públicos”.
2) Un Estado federal, que permita a los estados locales desarrollarse y contar con la autonomía que les genere libertad política y económica de decidir su destino, dentro del marco constitucional. A su vez, que sea capaz de garantizar la vigencia del sistema democrático en los Estados locales y desterrar el sistema feudal imperante en muchos de ellos. Un planteamiento audaz de constitución de regiones económicas que potencie las posibilidades de negociación de las provincias para lograr inversiones en infraestructura y convertirse en receptores de inversiones productivas, abandonando el atraso socioeconómico y una autonomía simulada.
3) Un modelo de desarrollo económico con inclusión social, que necesariamente será correlato de la existencia de una democracia fuerte, participativa y un Estado federal efectivo. Los tres aspectos señalados deben funcionar como un conjunto coherente, formando un sistema donde “democracia – federalismo – modelos de desarrollo económico” constituyan elementos estructurales del mismo. El modelo de desarrollo económico debe fundarse sobre el sistema productivo aprovechando oportunidades que el mundo hoy revela: inversión en investigación y desarrollo de fuentes alternativas de energía –solar y eólica- y la profundización de la relación entre industria y el sector agropecuario. Ello le permitiría a la Argentina: expandir territorialmente las explotaciones económicas y desarrollar regiones del país, con redistribución de la población y los ingresos; fijar ventajas competitivas para insertarse en la economía regional e internacional en dos producciones que el mundo demandará cada vez más (energía alternativa y alimentos). Desde ya existen otros sectores económicos asociados a las nuevas tecnologías de la información que, mejorando la capacidad educativa (en sistemática decadencia desde 1989) y con apoyo de estímulos legales, beneficiarían la creación de productos y servicios informáticos con altas posibilidades de conquistar mercados. También la “economía social o tercer sector” deben tener protagonismo e incentivos para su desarrollo, máxime cuando el modelo económico se asocia al concepto de democracia participativa. Finalmente, hay dos puntos trascendentes que involucran al modelo: la variable financiera debe ser eso, una variable, importante en toda actividad económica pública y privada; pero no la esencia de la actividad económica como lo es desde 1976 hasta hoy. En segundo lugar la cultura que da sustento intelectual al modelo debe ser el respeto y consideración por el ahorro y la inversión; y que desde ese esfuerzo la sociedad pueda consumir a su libre albedrío. Esfuerzo, solidaridad, comunidad, trabajo, ahorro, inversión; son todas palabras que como sociedad –aquí la educación tiene un papel trascendente- debemos comprender y valorar para luego poder conjugar el verbo CONSUMIR.
Sin la realización colectiva y democrática de “sustituir la simulación por lo real” en los tres niveles apuntados, será imposible contener primero y erradicar después los flagelos que actúan como agentes difusores de la desintegración social: la anomia, la marginalidad económica, la violencia y criminalidad, la droga, la corrupción.
La Argentina, día a día se sumerge en el pesimismo por ver que la realidad soñada en otras épocas fue sustituida por su simulación. Pero, hay algo mucho peor y que no tendrá dispensa de la historia: la simulación del optimismo. El discurso fácil de optimismo frente a problemáticas profundas que, por ser simulado, aumenta el pesimismo y la desconfianza, sumergiendo a la sociedad aún más en lo profundo de su desilusión. Decirle permanentemente al pueblo que ocurre lo que éste no logra ver, o tratar de convencerlo que no existe o no ocurre aquello que sufre día a día. Esta es la estrategia permanente de los “políticos” que buscan Poder sin ideas, sin programas de gobierno y conscientes de ser actores de la “simulación”. Los que sustituyeron la búsqueda de una Argentina soñada y real, por la Argentina simulada pero llena de oportunidades corporativas e individuales para quienes controlan la maquinaria de la simulación: políticos que no pueden explicar sus abultados patrimonios por no haber tenido nunca otra actividad que la política; sindicalistas que tienen mayor patrimonio que cualquier empresario exitoso y empresarios que sin producir ni inventar nada, multiplican sus negocios bajo la súbita amistad de un político.
Ellos sustituyeron a la política y políticos de la Argentina real, la buscada con muchas dificultades y frustraciones durante décadas, desde 1853 (organización institucional) hasta 1989. La de generaciones de políticos: Radicales, Peronistas, Socialistas, Anarquistas, Conservadores que, ingresando pobres a la política, pobres morían, o ingresando ricos a la política, regaban su riqueza al servicio de una vocación para terminar sus días sin nada más que un lugar en la historia.
Pesimismo es callar y ser cómplices silenciosos de la “simulación”, seguir conviviendo en ella mientras la desintegración social avanza.
El único optimismo que debemos tolerar es el optimismo real, el que se asienta desde la verdad, a partir de la cual podremos construir una Nación Argentina. Para lograrlo, se requiere hombres y mujeres con coraje político, intelectual y de acción; guiados por una profunda vocación para lograr consensos. Un cambio decidido para construir un país real y que, como en un éxodo, nos permita abandonar este simulacro de país que lejos está de nuestros sueños.
tomado de escenarios alternativos