Ahora que el diablo parece estar haciendo de las suyas entre la curia vaticana, que anda levantisca y enfrentada ante la debilidad física y estratégica de Benedicto XVI, una visita al Archivo Secreto del Vaticano ayuda a poner las cosas en su justa medida. Desde hace 20 siglos prácticamente no ha habido asunto del cielo o de la tierra en el que el romano pontífice de turno no haya tenido algo que ver. Lógico parece que en el dogma de la Inmaculada —a través de la bula Ineffabilis Deus— fuese un papa, en este caso Pío IX, quien tuviera la última palabra (había cardenales que no lo tenían tan claro y el Papa hizo valer su infalibilidad).
E incluso que estuviera entre las competencias de León X considerar herejías 41 de las 95 propuestas de Lutero y, por consiguiente, redactar la correspondiente bula de excomunión. O, ya puestos, mandar a la hoguera del Campo dei Fiori, por hereje y por apóstata, al dominico Giordano Bruno en 1600. Sin embargo, la muestra viene a llamar la atención —sobre todo desde la perspectiva actual— sobre el papel determinante que la Iglesia ha jugado en la historia.
Quienes visiten la exposición —que se llama Lux in arcana (Luz sobre el misterio)— tendrán la oportunidad de sobrecogerse al ver la firma de Galileo Galilei (1564-1642) al final de un grueso volumen en el que se recoge el proceso seguido contra él por la Congregación del Santo Oficio —la Inquisición— entre 1616 y 1633. El resultado, una frase, de su puño y de su letra temblorosa, las palabras con las que reniega finalmente de que la Tierra gire alrededor del Sol: “Yo, Galileo Galilei he renegado...”. Como compendio del poder del cielo en la tierra, los que visiten la exposición podrán detenerse en un documento —el Dictatus Papae de Gregorio VII— en el que deja claro que el Sumo Pontífice puede reformar cualquier sentencia dictada por otros, sean reyes o emperadores.
También se podrán ver algunos documentos relativos a la Segunda Guerra Mundial, si bien —como explicaron los promotores de la exposición— hasta ahora sólo se pueden consultar los documentos del archivo comprendidos hasta la muerte, en 1939, de Pío XI. Desde entonces hasta ahora —de Pío XII a Benedicto XVI—, todos los papeles del Vaticano están sin desclasificar, fuertemente custodiados.
La exposición —organizada a medias entre el Archivo Secreto y la ciudad de Roma y patrocinada por la empresa EMC— pretende destacar además la estrecha relación entre el Estado vaticano y la capital de Italia. Los organizadores presumen que el período más difícil para el archivo fue precisamente cuando no estuvo en Roma. En 1810, Napoleón ordenó el traslado a París del archivo y se perdieron documentos valiosísimos. Desde su regreso a Roma, en 1815, el Archivo Secreto ha sido cuidado con mimo.
La selección se realizó pensando en interesar al mayor público posible. Por eso, también se incluyó una carta de María Antonieta desde la cárcel: “los sentimientos de quienes participan en mi dolor...”.
tomado de El Espectador de Colombia