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viernes, 30 de noviembre de 2012

REVISIONISMO HISTORICO una forma de verlo


Revisionismo histórico, o apología del delito y la ignorancia
Es necesaria una revisión de la historia argentina, pero a la luz del conocimiento y los documentos, no del voluntarismo político ni el oportunismo ideológico
ARGENTINA.- Las sociedades en su tránsito maduran y se deben como un deber propio de su adelanto el revisar su historia. Imperativo todavía más urgente cuando ese Pueblo deja atrás definitivamente un molde cultural y se propone ingresar a otro estadio de su evolución.
En el imaginario argentino, podría decirse que la etapa fundacional y la organizativa ya han sido superadas; sobreviniendo ahora el tiempo de las propias decisiones históricas y sobre la historia.
Para decirlo más claro, aquella “historia oficial” ya ha cumplido su ciclo con su saldo altamente positivo como es el de haberle dado forma a este país. Esa historia porteña le dio identidad a un país que necesitaba paradigmas sólidos e inmarcesibles, pero dejó de lado realidades históricas que al fin de cuentas son las que le dieron el ser a la nación argentina: la región, por ejemplo, la entrega de los hombres del interior, la configuración de un federalismo que únicamente fue declamado pero nunca –hasta hoy- practicado, es un debate pendiente aún.
¿Es necesario revisar nuestra historia? Diremos afirmativamente que sí; diremos que es necesario exhumar nuevamente los documentos para cotejarlos con la bibliografía existente y exponer nuevas conclusiones. Eso es hacer historia, lo demás son charlas de café.
Es necesario revalorizar las luchas populares, porque a la historia argentina la lucharon las clases populares, la retrataron en sus expresiones folklóricas, dejando por millares su sangre sobre los campos de batalla, despojados de toda heredad y hasta de la vida misma. Y mientras aquellos morían por la Patria, una clase dirigente concertaba los negocios, la política y escribía la historia que estudiamos hasta ahora, dejando en el anonimato a hombres y sobre todo a mujeres a los que es necesario devolverles el rostro y su identidad para la historia.
Pero revisionismo no es sinónimo de mezcolanza gratuita sino al precio de convertir a la historia en un folletín ideológico, en cuyo caso no se habrá aportado absolutamente nada sino por el contrario, se habrá provocado un daño a la memoria de esas luchas populares que se dice defender.
La historia es un ciencia, en cualquiera de sus expresiones; por lo tanto, para revisarla hay que saber, hay que conocer la historia para discutir con seriedad, con serenidad y con profundidad lo que se pretender revisar.
El revisionismo “tomado como chacota ideológica” es negocio de oportunistas y denuncia que no hemos avanzado en la maduración política y que se expone a la sociedad al peligro de dividirla antes que trabajar en pos de su crecimiento y consolidación a partir de un pasado común.
Ese “ pasado común” reúne dos realidades que no se pueden cambiar; la primera es precisamente, que es pasado, ya está hecho, bien o mal, así lo hicieron aquellos hombres. La segunda es que historia como pasado no puede ni debe juzgarse con parámetros culturales o ideológicos actuales porque se atenta contra la seriedad del trabajo científico que requiere la Historia.
El civilizado y moderno de Domingo Faustino Sarmiento, por ejemplo, bregó por la eliminación del arquetipo fundacional de la argentina criolla, el gaucho, coronando su “obra” con el asesinato del Brigadier Vicente “Chacho” Peñaloza. Dejó testimonio de su desprecio por las clases populares de su época en “ Facundo, Civilización o Barbarie”y con ser así, no podemos aplicarle nuestro criterio de los derechos humanos ni el concepto de inclusión social, sencillamente porque no eran parámetros de su época. Si así lo hiciéramos y según nuestro criterio actual, Emilio Eduardo Massera sería un principiante al lado de Juan Manuel de Rosas, pero lo que para el primero hoy es inaceptable, para Rosas era parte del concepto de “ hacer política” de entonces.
Del mismo modo, revisionismo tampoco puede ser lectura parcial e interesada de la historia. En estos días, el Canal oficial multiplica la salida al aire de un reportaje de los setenta a Mario Firmenich en el cual este “joven idealista” explica cómo y porqué tomaron las armas para conseguir vaya a saber qué “ sociedad democrática”.
Más que revisionismo, la televisación de ese reportaje constituye una a pología del delito, siempre que Firmenich como cabeza del “Partido Montonero” (sic) es confeso asesino de José Ignacio Rucci, Augusto Vandor y Eugenio Aramburu, además de los incontables hechos de violencia que jalonaron su participación en la vida pública.
Un asesinato es tal siempre, sin importar qué pensaba el muerto. Difundir hoy ese reportaje es tan execrable como sería divulgar el discurso de Jorge Rafael Videla donde define con todo cinismo “ qué es un desaparecido”,o la homilía de Monseñor Bonamín, entonces vicario castrense, cuando ganado por la estulticia y en un aniversario del Proceso dijo en la Capilla Stela Maris que:“Con el tiempo, se verá que el Proceso fue una obra de Dios”.
Lo que hizo Julio Argentino Roca no es distinto de lo que realizó el General George Custer con los Cheyenne que le valió pasar a la historia como el asesino de mujeres y niños, además de un consejo de guerra del que se libró por sus influencias políticas. A diferencia de Roca que sí llegó a la presidencia de la nación, Custer pretendió lo mismo pero terminó sus días en la batalla de “ Little Big Horn” a manos de “ Caballo Loco”, episodio que como ganaron los nativos, los libros de historia norteamericanos denominan “masacre”,mientras los asesinatos en masa de sioux y pieles rojas fueron “ grandes y gloriosas batallas”. Era el signo de la época.
Sin embargo, los norteamericanos con ser la “ gran democracia liberal”, adalid de los derechos humanos y demás, no andan desarticulando monumentos ni generando debates baladíes sobre hechos consumados. Sería interesante tener en cuenta esta actitud para aprender.
Hay que dar un debate revisionista sobre nuestra historia argentina, sin duda que sí. Pero las definiciones políticas tendrían que venir a posteriori de trabajos exegéticos proporcionados por los eruditos en la materia, que a la vez debieran asesorar a los estamentos políticos para que esas decisiones tengan el fundamento del conocimiento y no del voluntarismo político o ideológico. Menos aún todavía del oportunismo.
La Historia es una ciencia y hay que respetar sus procedimientos. Nuestras Historia Argentina contiene un relato riquísimo en matices y situaciones que bien nos puede proveer de datos valiosos para generar el nuevo discurso histórico para las generaciones que nos sobrevengan.
Sobre todo por esto último hay que tener en cuenta; ese debate merece por lo menos el ser respetuoso y de altura, porque mañana, esas generaciones nos juzgarán a la luz del conocimiento. ¿Serán capaces los nuevos revisionistas de asumir ese desafío?
Por: Ernesto Bisceglia
Para El Intransigente
tomado de ideario7